No hay nada más portentoso que besar tu piel viendo tus ojos gotear, no hay que se compare con la energía que emanan tus piernas al alrededor de mi cuerpo y mucho menos es semejante cualquier vivencia de este mundo con un suspiro al sentir esa boca que esparce tu fragancia y me hace perder el juicio, olvidar momentos fuera de esta cama y ser yo mismo en todos los sentidos.
Me siento muerto, revivo a cada instante y lloro de alegría por cada cabello que roza mi cara y estoy seguro que eres incapaz de fingir este mismo sentir y este mismo amar que nos apasiona sintiéndonos en la cima del Everest por momentos y en otros en una caldera medieval que está en medio de un bosque nubloso, bosque el cual tú y yo creamos y lo adornamos a nuestra manera.
Podría jurar que hasta la huella que dejaste en mi mente llega a desesperarme, pues si ponemos en paralelo el tocarte y el no verte, llega a doler estar lejos de ti.
¿Hay razones para amarte? No me importa, ¿hay razones para dejarte? Sí, pero no lo hago; como dice Ignacio Fornés: “Amar es la mayor locura a no ser que se ame con locura” y es verdad con mayor fuerza cada atardecer donde en esa parada esperas sonriente a que este aprendiz con sed de conocerte llegue y te coja de la mano hasta siempre.
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